lunes, 16 de diciembre de 2013

La habitación oscura, de Isaac Rosa

La habitación oscura (2013)
Isaac Rosa (1974)
Seix Barral, 2013, 248 p.

Por azar (¿sólo por azar?), esta novela guarda una relación con Los pichiciegos, de Fogwill, el último libro sobre el que escribí en esta bitácora (que espero pueda seguir manteniendo a flote). En ambas está el agujero, el refugio que se opone a la realidad de afuera. Cierto, en la de Isaac Rosa el mundo exterior no está bajo los efectos de una guerra convencional, aunque en cierto modo sí encontramos otro conflicto, y ruina. Pero no voy a establecer más parangones, porque quiero decir algunas cosas sobre La habitación oscura.

¿Qué es esa habitación oscura? Es metáfora, claro, pero es ante todo un sótano de un local, cegado, donde un grupo de personas de ambos sexos se reúnen durante quince años, donde se tocan, se evitan, buscan estar solos o, como al principio sobre todo, donde los cuerpos se encuentran a ciegas y se acarician, se lamen, penetran y son penetrados. La novela comienza el último día de existencia de esa habitación oscura, y va narrando la diversidad de sus funciones, la evolución de las propias personas que la fundaron y frecuentaron. Pero al hacerlo narra también nuestro tiempo: los años de economía hinchada y nuevorriquismo, la llegada de la crisis y los consiguientes fraudes, recortes y explotaciones realizados en su nombre. En la habitación los personajes van abandonando el cuerpo, objetivo primero, y se van encontrando con la realidad de afuera, comprenden pero también se dejan manipular, como lo habían (lo habíamos) hecho toda la vida al dejarse (dejarnos) llevar por la corriente. Cambian, mudan de piel:

“(…) ya no éramos aquellos, fueron otros los que se besaron y masturbaron y penetraron y de los que todavía quedaba un olor acre en el aire, aquellos que un día fuimos y de los que nos habíamos desprendido como animales que al crecer cambian la piel y dejan tras de sí una vaina retorcida que al pisarla se deshace, crujiente: nuestras cortezas huecas quedaron aquí dentro, dispersas por el suelo, abandonadas en abrazos y cópulas inmóviles como ceniza pompeyana.” (p. 82)

Y la novela también va mudando de piel. Lo que empieza como un juego de grupo se transforma en refugio, lugar para escapar del estrés, del asco, de la ruina que poco a poco va dominando lo de afuera. Algunos abandonan, otros regresan pero con otras intenciones, más políticas. Ahí empieza la parte más intrigante de la novela, lograda como gancho eficaz aunque sin mantener el mismo nivel literario: contraespionaje antisistema que se vuelve contra el propio grupo, contra la habitación oscura, en una realidad en la que nadie se escapa de ser espiado y controlado:

“Y ahora pensamos que, de la misma forma que aquella tarde fuimos grabados por el ordenador mientras Silvia nos enseñaba los vídeos en la habitación oscura, quién sabe si también nos grabó anteayer, mientras Jesús nos mostraba este mismo vídeo, como en un bucle infinito, una sucesión de espejos que se reflejan a sí mismos: grabarnos mientras vemos el vídeo en el que descubrimos que nos estaba grabando mientras veíamos un vídeo.” (p. 246)

El manejo del punto de vista y del narrador es excelente en La habitación oscura. El personaje central es la propia habitación, los demás son en cierto modo extremidades de la misma, personajes esbozados aunque con nombre, a los que el narrador se dirige en segunda persona, y muy a menudo en primera de plural: un nosotros que nos incluye como lectores. De hecho, me parece evidente que ese nosotros también va dirigido (no en exclusiva, claro) a lectores de entre veinticinco y cincuenta años, que viven la crisis en primera línea, que conocen lo que hubo antes y barruntan lo que vendrá después. No por casualidad el departamento de promoción de Seix Barral ha colocado una faja con la frase “La novela de tu generación”.

El mérito mayor de la novela, o, cabría decir, de las novelas de Isaac Rosa que he leído (desde El vano ayer a ésta) es el de saber conjugar con éxito una mirada analítica y crítica sobre la realidad con la construcción de un discurso literario sólido, despojado de esquematismos y simplismos. En algún momento he tenido la tentación de establecer nexos entre las últimas novelas de Isaac Rosa y algunas novelas de Saramago, pero quizá sean más las diferencias que las similitudes.

La novela, con todo, puede resultar reiterativa en algunos momentos, aunque eso no llega a perjudicar al conjunto. Me parece más lograda que La mano invisible (2011), en cuya primera mitad estuve a punto de abandonar (afortunadamente no lo hice), y también mejor escrita que El país del miedo (2008), pero yo sigo prefiriendo El vano ayer (2004), que aún considero una novela redonda. En La habitación oscura encontramos un discurso político consciente que el autor levanta con herramientas literarias sólidas, que la convierten en una de las novelas más logradas y sugerentes sobre este presente de crisis y fraudes.