jueves, 10 de noviembre de 2011

crisis e hipocresías


Sea quien sea el ganador de la pantomima electoral bipartidista, podemos estar seguros de que volveremos a escuchar una frase que puede llegar a convertirse en lema: “Sufrimos una crisis económica sin precedentes desde hace casi un siglo, etc.”. Y se nos volverá a repetir la salmodia como si fuese una fatalidad divina. Pero es mentira.

En el discurso dominante (no sólo de la clase política, sino también en los miedos de comunicación de masas) se presenta la “crisis” como si fuese un tsunami o una erupción volcánica devastadora. Una catástrofe en sí misma, un “fenómeno” sin intención ni responsable. La cosa-crisis nos ha caído encima, según este discurso dominante, poniendo en apuros a nuestros gobernantes actuales e inminentes, que, por designios inescrutables y contra su voluntad, deben aplicar severos recortes sociales y privatizaciones de servicios públicos con el fin de aplacar a la hidra.

Otra versión, menos abstracta pero más hábil e incluso más amable, señala como responsables de la crisis de marras a los trapicheos y tejemanejes de algunos especuladores con nombres y apellidos, a quienes se podría imponer un castigo legal. O a las malas prácticas de la burbuja inmobiliaria, responsable de muchos males coyunturales, pero no de los medulares.

Se trata en ambos casos de una falsedad que omite el hecho de que el supuesto “fenómeno” de la crisis proviene sobre todo de la falla del sistema (qué acertado el eslogan del 15-M “Error 404”), de una economía financiera desbocada y todopoderosa que desde hace tiempo han asumido servilmente nuestros mandatarios y voceros mediáticos. Y que a diario se sigue describiendo de forma acrítica como el orden natural de las cosas. Un orden casi divino, no sólo porque la economía es la nueva religión de los últimos años, con sus dogmas y ritos, sino porque se encuentra más allá del bien y del mal. Tan todopoderosa es, que logra convertir la trapacería y el saqueo en prácticas loables, merced a una manipulación lingüística que hace parecer inocente la neolengua inventada por Orwell en 1984.

El estado de cosas actual (eso que llaman “crisis”), por tanto, no es un fenómeno natural, ni la consecuencia de sucias especulaciones puntuales, sino el resultado de un sistema exhausto. El empeño obcecado e interesado por revivir el cadáver de este sistema ha creado el Frankestein de nuestras democracias. En una visión del mundo donde la ética democrática ha sido desplazada por el “todo vale” para los ungidos y la resignación piadosa para los de a pie, lo que tenemos, lo que tendremos, una vez más, es la hipocresía al poder.

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