lunes, 13 de mayo de 2013

el arte y el drama (Chet Baker)

Ahora que se cumplen 25 años del suicidio de Chet Baker, ahora que volverán loas y retratos del músico maldito y se repetirá el adjetivo “turbulento” aplicado a su vida o a su carácter, veo el documental que rodó Bruce Weber el mismo año de su muerte (Let’s get lost, 1988).

Nunca me sedujo la voz melosa de Chet, aunque el sonido de su trompeta ya es otra historia. A pesar de sus brillos juveniles (sobre todo con Gerry Mulligan o Stan Getz) prefiero al Chet viejo que al joven, en cualquier caso, por ejemplo en dúo con Paul Bley.

El documental de Weber muestra a la estrella, sus luces y sombras, éxitos y tropiezos. Por encima o por debajo de la leyenda y la celebridad va aflorando el hombre. Están los testimonios y está él, en su juventud dorada de James Dean jazzístico West Coast y en los años del declive europeo, con ese rostro de yonqui decrépito que, para mí, tiene mucho más encanto que la cara angelical del primer Chet.



Let’s get lost no es un documental sobre jazz –o lo es sólo de forma circunstancial–, sino sobre el personaje, sobre su magnetismo y sus contradicciones, un buen documental que me confirma en mi opinión de que Chet Baker es, al menos, tan interesante como tipo que como músico, aunque al final queda la sensación de que fue más un personaje que un intérprete. Dicho de otra manera: fue un excelente trompetista, pero ha quedado, sobre todo, como tipo dramático. Ese cierto desequilibrio no lo encuentro en otros músicos de jazz como Charlie Parker y Billie Holiday. Por intensas y trágicas que fuesen sus vidas, en ellos el arte sigue superando al drama.


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