“Digamos que fue estando allí de pie cuando decidí reemplazar el libro que había propuesto por el libro que ahora estáis leyendo, una obra que, como un poema, no es ni ficción ni lo contrario, sino un parpadeo entre ambos; decidí alargar mi relato no para convertirlo en una novela sobre el fraude literario, sobre inventarse el pasado, sino en un presente real con múltiples futuros.” (p. 233)
Le debo a Poste Italiane algunos momentos de lectura gozosa. La demora en los turnos me ha permitido avanzar más en algunos libros de lo que puedo en mi propia casa si mis hijos están despiertos. Ayer estuve casi una hora y pude terminar 10:04 de Ben Lerner. Como tampoco tengo apenas tiempo para escribir lecturas e impresiones en este blog moribundo (y cada vez pongo menos ilusión en él), me podría conformar con decir que es muy buena, una novela que ahonda en caminos menos trillados (iba a escribir nuevos, en fin) y abierta al juego. Pero no sería completamente sincero.
Porque la segunda impresión que me queda tras leerla es que 10:04, que se inserta en la última tradición literaria (o sea, la autoficción), juega a caballo ganador. Me gustan las ideas y referencias culturales que maneja y me gusta cómo escribe Ben Lerner, al margen de los procedimientos y materiales que usa (autoficción, metaficción, reciclaje y acumulación pop, que tienen esa pátina de nuevo aunque ya no lo sean), aunque arriesga menos de lo que en un principio parece. Arriesgar tiene su precio, claro: lección de Ícaro. Puede enriquecer un libro o quemarle las alas. 10:04 no es literatura generalista (¿acaso porque no “desarrolla una trama clara, geométrica” ni “describe caras”? –p.190–), pero en cierto modo es ya un tipo de literatura valorada y esperada por un lector habituado a códigos actuales. Y está muy bien, las cosas como son.
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