Es cierto que mucha de la buena literatura que se está haciendo en España ahora se pierde entre novelas más comerciales, hojarasca que oculta los mejores brotes en el frondoso bosque que forman las librerías. Además, mucha de la buena narrativa actual se publica en editoriales independientes, que no siempre logran hacerse un hueco en las mesas de novedades, asediadas por los productos de los grandes grupos editoriales. Son precisas brújulas, itinerarios más o menos improvisados, mapas que nos avisen de la existencia de otra isla más allá, formando archipiélagos de lecturas. A veces recurrimos a la opinión de críticos cuyo criterio nos merece respeto (aunque no siempre coincidamos con ellos), otras veces aceptamos las recomendaciones de escritores que consideramos centrales (con los que igualmente habrá discrepancias, pues en esto del gusto no hay guías firmes), y otras veces escuchamos las sugerencias de nuestros libreros (siempre que lo sean de verdad) o amigos (ídem).
José María Pérez Álvarez
Hace unos seis años llegué, precisamente a través del propio Juan Goytisolo, a un autor que se ha convertido para mí en una referencia, un ejemplo de lo me interesa como lector y como escritor: José María Pérez Álvarez. No digo que me parezca el mejor (alcanzado cierto nivel, qué difícil me resulta eso de establecer un pódium olímpico en literatura), sino que sus novelas tienen el don de producirme esa extraña felicidad que me proporcionan algunos de mis escritores favoritos (no hago ahora listas, siempre tramposas y móviles). Pérez Álvarez sabe entrelazar juego literario, amargura, humor y hasta una cierta ternura con referencias literarias bien integradas, y lo hace mediante un lenguaje rico, a veces barroco y exuberante, otras más narrativo, pero siempre certero. Nacido en Orense en 1952, en la década de Javier Marías o Antonio Muñoz Molina, no pertenece a generación alguna, si es que la hay, más aún teniendo en cuenta que Pérez Álvarez ha publicado lo más destacado de su obra después, en la primera década de este siglo.
Lo primero que leí de él fue Nembrot (DVD ediciones, 2002), un libro que no puede resumirse con una mera frase sobre su argumento, algo así como “historia de amor y desencuentro entre Horacio Oureiro, afincado en una pensión de Vigo, y el escritor argentino Bralt, autor de best-sellers”. Hay, por supuesto, desencuentro entre dos hombres, pero el libro deriva hacia otros planos, entra en el viejo y nunca agotado tema del autor y sus máscaras, los seudónimos y los “negros” literarios, de la propia escritura como juego de testimonios abocados al silencio. La novela transcurre en los años noventa y sobre todo en Vigo, aunque hay pasajes del recuerdo en París, Londres y otros lugares, y un pasaje en Mondoñedo (homenaje a Cunqueiro con el juego de la Saga-fuga de Torrente Ballester). La memoria del tiempo anterior a los encuentros entre los dos protagonistas y de su convivencia es muy importante, define el presente y se administra de manera progresiva y eficaz. El autor rompe la frontera entre la primera y la tercera persona narrativa, entre la omnisciencia y la reminiscencia, entre el narrador extradiegético y el narrador-personaje (Horacio). Y lo hace como los grandes, sin que eso provoque ruido, sin que el lector encuentre dificultad, lejos de la literatura experimental más torpe. No exagero si digo que cuando la leí me produjo un placer semejante al que he sentido leyendo a autores como Cortázar o Lobo Antunes.
Dos años después leí Cabo de Hornos (DVD ediciones, 2005) que, aunque me dejó menos huella que Nembrot, no deja de parecerme una novela lúdica e inconformista, a ratos desasosegante, y muy singular. En ella Sansavenir, un periodista de provincias, investiga sobre un poeta gallego plagiario, mientras en su casa se instala un anciano desconocido llamado Onofre, que trastornará su vida. La narración se ambienta en la época del propio texto, pero el lugar, en principio una ciudad de provincias gallega, parece estar fuera de los parámetros reales: así, los nombres de las calles son de Londres, Marrakech, Múnich, etc. La voz narradora es en tercera persona, a veces próxima a la narración indirecta libre. Si en Nembrot se hablaba de la autoría, aquí se vuelve sobre eso desde otro ángulo, desde la frontera difusa entre realidad y ficción, la vida y la muerte, desde la usurpación del espacio y de la palabra.
En la última novela de José María Pérez Álvarez, La soledad de las vocales (Bruguera, 2008), un hombre derrotado, alcohólico y solitario, que vive en la habitación 9 de la sórdida pensión Lausana, monologa sobre sus obsesiones, sobre su compañeros de pensión (el joven escritor de la 6, el pintor francés, la ex nadadora, el tapicero serbio, los homosexuales), con la presencia espectral de una prostituta que años atrás se suicidó abriéndose las venas en ese mismo cuarto. El personaje central es el único narrador, a lo largo de un texto que gana en intensidad frente las anteriores novelas de Pérez Álvarez, escrito sin mayúsculas y sin otro signo de puntuación que la coma (además del guion largo a modo de paréntesis). Puesto que lo relevante sucede dentro de la cabeza del personaje narrador, la ambientación es casi nula (una ciudad de provincias cualquiera), aunque el tiempo es el presente. El texto se organiza en fragmentos sueltos, breves (de 2 a 5 páginas), aunque podría decirse que en realidad no hay fragmentos, sino que el autor ha dado respiros a la lectura de ese monólogo que fluye y regresa, rizoma o espiral construida con los pobres elementos de un hombre derrotado. El uso del lenguaje, cargado de metáforas, de riqueza verbal como en sus anteriores novelas, es el mayor valor de la novela. Aquí además se hace más recurrente el uso de la reiteración de un puñado de motivos en espiral, que regresan una y otra vez a la narración: los otros personajes, la prostituta suicida, las nadadoras, Franz Dertod rescatado de Cabo de Hornos y reinventado, el destino de sus cenizas cuando muera, etc. Y por supuesto las letras de neón de la pensión, casi todas fundidas, solitarias en la noche. La soledad de las vocales es una novela intensísima, penetrante, implacable (pesimista es decir poco), pero también cargada de afecto y humanidad. Puro goce de una de las mejores prosas de hoy.
José María Pérez Álvarez no es, claro está, el único escritor capaz de nuestras letras. Hay muchos otros, y otras, más o menos conocidos, más o menos singulares o arriesgados, mejor o peor tratados por los medios y los popes culturales –claro está que yo sólo he leído a unos pocos–. Hay, efectivamente, centenares de escritores y escritoras que desde hace años vienen mirando la realidad desde la periferia, desde pasajes abiertos a la sugerencia y al peso de la palabra literaria. Hoy he querido acercarme a uno de ellos, que considero excelente, con el deseo de animar a leerlo, y esperando ya su próxima novela.
PS: Conste que, contra lo que pueda parecer, no conozco a J.M. Pérez Álvarez en persona ni lo he tratado de ningún modo, a no ser a través de sus propias novelas.
José María publicó hace dos meses su última novela, 'Tela de araña', en la editorial Trifolium. Si acaso llegas a leerla, ojalá la disfrutes como has hecho con las otras.
ResponderEliminarSaludos,
Beatriz
No lo sabía, pero la buscaré, Beatriz, seguro que voy a disfrutar leyéndola: muchas gracias. Saludos.
ResponderEliminarGracias a ti por tu interés.
ResponderEliminarBeatriz
Hola. Yo llegué a Jose María Pérez Alvárez a través de la blog de otro escritor que me encanta, Gonzalo Hidalgo Bayal, así me hice con La soledad de las vocales, Nembrot y Un montón de años tristes. Leí los tres y me quedé prendado del autor. Ahora ando leyendo Cabo de Hornos y me espera la Tela de Araña sobre mi mesilla. Coincido contigo Daniel en lo que comentas del autor en tu artículo. Jose María a mí me gusta leerlo porque es un desafío, un reto, una continua sorpresa, con párrafos que uno lee y relee, porque sus escritos se paladean. Digo más, pasa un tiempo y vuelvo a releer sus libros a recordar (a pasar por el corazón si vamos a su signficado en latín). Es bueno para el alma leer a José María.
ResponderEliminarGracias por el comentario, Chufowski. No he leído aún a Gonzalo Hidalgo Bayal, pero lo anoto en mi (larguísima) lista de pendientes de leer. Pérez Álvarez es un desafío placentero: cuesta, pero hace gozar. Es lamentable que no sea más conocido y valorado.
ResponderEliminarHidalgo Bayal es un escritor enorme. Su última novela (título con palíndromo), La sed de sal, es maravillosa. Coño, nadie utiliza ya la palabra "maravillosa". Tiene un blog, ademas, muy interesante. Es de esos escritores "secretos" que dan de lo mejor lo que se puede leer.
ResponderEliminarJosé María Pérez Álvarez