domingo, 22 de abril de 2012
laberinto laminar
Aquella noche había soñado con un laberinto de planos horizontales: sin muros, sólo niveles. Esos niveles, me contó, eran islas dispersas de tiempo, o, más exactamente, de edades. Eran las edades de su propia vida, la pasada, la presente y la futura, en un desorden de láminas flotantes a las que saltaba, angustiado, huyendo de las imágenes y recuerdos, de la proyección insoportable de su devenir. Perdido en ese laberinto sin muros, sin salida posible, en el sueño el último salto era al momento de su propio alumbramiento. En ese plano, el primero y el último, preguntaba. Al despertar, me dijo, lo terrible no había sido la angustia del laberinto, la visión de las edades, sino la impotencia de no poder recordar cuál había sido su pregunta.
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