Paul Klee, Globo rojo (1922)
Antes, cuando tú no existías, me refugiaba de las espinas en páginas ajenas, en músicas y viajes. Desde que tú estás, desde que la lectura o la música son placeres discontinuos, mi refugio son tus ojos negros, tu risa loca: niña. Ahí fuera afilan uñas los especuladores y los buitres. Tú no puedes saber qué afán ponen en destrozarlo todo, con qué avidez despojan y rapiñan, cómo arrasan con cuanto fue levantado durante décadas mientras segregan su baba de “no hay más remedio que”. No lo sepas todavía: es tu secreta fortaleza. Mañana, cuando tengas edad de nombrar y disentir, cuando juegues a otros juegos que yo no sabré, qué quedará de todo esto. Qué os habrán dejado. Recuerda entonces que siempre tendrás los libros, la música, los viajes, asideros a la mano. Que podrás saber, criticar, luchar. Y, si tienes tanta suerte como yo, habrá una cara de luz que sabe más porque ignora todavía.
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