jueves, 16 de agosto de 2012

otra vez en el Voix Vives

Por tercer año hemos vuelto a Sète coincidiendo con el Festival de poesía Voix Vives, un Mediterráneo hecho de palabras, música y encuentros en el viejo Quartier Haut. Como en otros veranos, se mezclan impresiones: mucha variedad de poetas y tonos, de orígenes, de sensibilidades y poéticas. Como en tantos festivales, resulta imposible llegar a todo, y hay que seleccionar en función de lo que uno sabe o, más bien, intuye.

En este festival de escenarios abiertos y cambiantes, donde tanto poetas como lectores (o, más bien, escuchadores) se mueven en diferentes escenarios instalados en las calles y plazas, en patios de casas normalmente cerrados al público y en rincones y parques, las lenguas se alternan, se traducen (al francés, claro), conviven en una babel rica que obliga a afinar el oído y prestar atención.

Este año la poesía en lengua española ha tenido buenos representantes; sobre todo, en mi opinión, dos voces de gran peso: Olvido García Valdés, que conocía poco, y que voy a tratar de leer como merece ser leída una poeta de primera fila, y un autor que desconocía más allá del nombre, y cuya palabra es intensa y riquísima, el peruano Eduardo Chirinos. En una breve charla Chirinos me pareció un hombre muy afable, alguien capaz de despertar la afectividad más allá de la fuerza de su literatura.


Eduardo Chirinos (con sombrero) en el impasse des Provinciales, el 27 de julio.

En otras lenguas, destaco sobre todo a Jacques Ancet, a quien conocí en el curso sobre José Ángel Valente en Almería en 1994 (conocer es mucho decir: mi timidez de 21 años me impidió entonces hablar con él, y con el propio Valente). Esta vez sí me atreví a dirigirme a Jacques Ancet, que además de excelente poeta es un gran conocedor de la poesía hispana. Fue también interesante escuchar a Nuno Júdice, sobre todo por la experiencia de volver a entrar en la lengua portuguesa a través de sus poemas y su voz: experiencia poética y vital también, como un viaje al tiempo de Lisboa, cinco años atrás. Me interesaron también los poemas de la griega Katerina Anghelaki-Rooke, cuya misma presencia ya resulta impresionante, con una voz como cortada de licor y desdichas que desmiente su mirada astuta y cierto aire de tortuga apacible. Por otra parte, como el año pasado con el angoleño Nástio Mosquito, este año me ha parecido muy destacable la poesía o performance o poeformance de otro africano, el congoleño (de Kinshasa) Nina Kibuanda: poemas rítmicos, con algo de hip hop y de soflama o drama, de fuerte contenido biográfico y social.

Imposible llegar a todos los poetas de los diversos rincones del Mediterráneo (e invitados del “Mediterráneo en el mundo”, como Chirinos o Kibuanda) que participaban en el festival. Este año apenas he prestado atención a los poetas árabes y balcánicos, mientras que los italianos me dieron la impresión de que no valía la pena perderme otras lecturas y charlas por ellos. Y es que en eso consiste también un festival de este tipo, en el que muchos poetas recitan al mismo tiempo en diferentes rincones del mismo barrio: en dejarse llevar por el oído (o el olfato), seguir la pista de unos y descartar a otros: escuchar. Después, cuando todo este hormigueo de voces y escuchas ha terminado, llega el momento de hacer lo importante: buscar los textos de quienes siguen sonando, leerlos o releerlos (ahora con el recuerdo de su voz y su presencia) y pensarlos en el silencio de la noche.

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