El futuro es un país extraño
Josep Fontana (1931)
Pasado y Presente, 2013, 232 p.
No es un intelectual cualquiera quien firma este libro, sino Josep Fontana, uno de los historiadores más prestigiosos de este país. Y no habla del pasado, sino del presente y el futuro. Su conocimiento de la historia arroja luz sobre la deriva del nuevo estado de cosas. Así, entiende Fontana que esto que aún se sigue llamando crisis
“(…) no obedece a causas meramente económicas, sino a un proyecto social que ha comenzado por la privatización de la política y aspira a conseguir la privatización entera del propio estado. Un proyecto que no solo amenaza la continuidad de los servicios sociales que proporcionaba el estado del bienestar, sino que pone en peligro el propio estado democrático y la sociedad civil en que este se sostiene. Todo apunta, si esta evolución se mantiene en los mismos términos, a un futuro de retorno hacia una privatización global semejante a la de los tiempos feudales, en que tal vez dejaremos de pagar impuestos al gobierno, reemplazados por los servicios de trabajo forzado a las empresas propietarias de todos los recursos y todos los servicios de que dependen nuestras vidas.”
La historia no puede ser ya un relato de progreso continuado, tal y como se concebía hasta ahora, como constata Fontana a la luz del período de regresión que vivimos. Las conquistas sociales que se obtuvieron en dos siglos de luchas colectivas habrá que recuperarlas con métodos nuevos, “porque las clases dominantes han aprendido a neutralizar los que usábamos hasta hoy”. La lucha sigue siendo motor de la historia, por tanto, aunque haya que inventar otras formas más eficaces que la huelga o las manifestaciones. El problema, sin embargo, es que cada vez resulta más difícil aunar fuerzas en un entorno confuso y manipulado:
“(…) la formación de la conciencia de los seres humanos depende en gran medida de su capacidad de comprensión de la realidad social en que viven, y esta se encuentra hoy estrechamente condicionada por una información que se recibe esencialmente a través de los medios de comunicación de masas, que se dedican a difundir una visión conformista, tal como conviene a los intereses de sus propietarios. La derecha ha aprendido a usar estos medios para repetir incansablemente tópicos simplistas y metáforas engañosas que se inculcan como verdades de sentido común, y se apresta, por otra parte, a destruir la educación pública, ejercida por un profesorado independiente, para reemplazarla por un sistema administrado como una empresa, en que los enseñantes molestos puedan ser fácilmente silenciados.”
En cuanto a la privatización del estado, Fontana nos recuerda que el objetivo no es sólo recortar el gasto social, sino privatizar los servicios esenciales, que se están convirtiendo en un negocio jugoso para los bancos e inversores privados. De hecho, “lo que se vende no son los servicios, sino [a] los ciudadanos que están obligados a pagar para usar unos servicios –trenes, hospitales, escuelas…– que el propio estado ha permitido que se desmejoren para justificar su privatización.”
Donde no hay deterioro alguno es en la faceta legal-policial del estado, sobredimensionada ahora desde la vigilancia y control hasta la represión y la ampliación de los supuestos de delito contra la seguridad, forzando los límites de las libertades democráticas. Pero, como advierte el autor, “quienes piensan que el endurecimiento de la represión es una garantía de la tranquilidad pública ignoran las lecciones de la historia y desafían los riesgos de un estallido social.”
Frente a una descripción realista y cruda, Fontana se muestra en sus conclusiones abierto a la esperanza (como demuestra la historia, el estallido revolucionario puede ocurrir en cualquier momento, afirma en la última página). Apunta, de hecho, hacia algo más allá de la mera resistencia. Es preciso “aspirar a renovar lo que se combate”, los objetivos y los métodos de lucha. Resulta paradójico en nuestros días que el posible ejemplo propuesto venga, una vez más en la historia, de los campesinos (a partir del movimiento internacional Vía Campesina): No se trata tanto de la demanda de reformas (del clásico razonamiento sindicalista de obtener concesiones de la clase empresarial y del gobierno) como de la formulación de una nueva organización horizontal del trabajo en torno a la cooperación. Y concluye: “La tarea más necesaria a que debemos enfrentarnos es la de inventar un mundo nuevo que pueda ir reemplazando al actual, que tiene sus horas contadas.” Aunque, como el propio Fontana no puede ignorar, serán unas horas largas. Muy largas.
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