jueves, 9 de junio de 2011

jugar

Siempre me dejan fuera, por torpe o porque les caigo gordo, o porque ando siempre pensando en mis historias y no pongo atención en el partido, por eso nunca puedo jugar: No, tú no, Remi; pero cada vez que la pelota salta la verja me piden que vaya a buscarla: Veeenga Reeemi, si la traes te ponemos de árbitro; aunque casi nunca me ponen de árbitro, y si me ponen no duro ni cinco minutos, hasta que grito ¡Córner!, entonces me quitan porque los que defienden no están de acuerdo, o porque se cansan de verme jadear arriba y abajo del campo; pero yo voy de todas formas, porque no tengo nada mejor que hacer o porque soy dócil, como dice papá: Hijo, es que eres muy dócil; yo voy y busco el balón para que sigan jugando sin mí, así todos los recreos y así hoy: la pelota vuela sobre la barrera de abetos y Casal me grita: Remi, campeón, trae el esférico, y yo miro a todas partes por si el conserje o el profe de guardia están vigilando, el Gallo me hace la espuela y salto la verja: Venga busca, busca, sabueso, me gritan desde dentro; ya estoy fuera y me señalan el callejón de la parroquia: Se ha metido por allí, dice el Gallo detrás de la alambrada, y yo corro y corro pero no la veo, el callejón está desierto y no la veo, dónde se ha metido la pelota; entonces veo las piernas, esas piernas como palillos plegados al fondo del callejón, en el portal de la sacristía esas piernas dobladas y entre ellas el balón: Ah el balón, lo tiene ése, y corro hasta el fondo: La pelota, jadeo, pido, esa pelota; su pelo son largos mechones sucios y tiene la cara chupada y pálida como un zombi; me mira con ojos de perro apaleado; da miedo, pero más miedo me da volver sin la pelota, las manos vacías y el final del juego, así que le digo otra vez: Dame la pelota, y él con sus ojos de perro agarra una bolsa de plástico y respira dentro, respira pero no suelta el balón de entre sus piernas, respira, sí, el pegamento de la bolsa, y me mira otra vez como si no me hubiese visto antes; La pelota, le digo, y él asiente despacio: Es mía, dice, y yo: Que no, que me la des, y él: Que te lo crees tú canijo, es mía, masculla, yo también quiero jugar, dice, vuelve a respirar ahí dentro, ahora más profundamente, mientras sus piernas se aflojan, se separan despacio, y la pelota se desprende y bota hasta mis manos: sin mirar atrás corro, corro, corro de vuelta: Y yo también, grito, yo también quiero jugar.

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