miércoles, 27 de febrero de 2013

Body Art, de Don DeLillo

Body Art, 2001
Don DeLillo (1936)
Seix Barral, 2010, 142 p.
Traducción de Gian Castelli

¿Puede calificarse de psicótica a Lauren Hartke, la artista-performer de Body Art? Demasiado previsible: no. Tras el suicidio de su marido, el cineasta Rey Robles, Lauren permanece sola en la casa aislada que ambos han alquilado. Allí se le aparece (¿o aparece?) un misterioso ser que balbucea y maneja una sintaxis rota, entre la que intercala fragmentos de conversaciones entre Lauren y el desaparecido Rey. Y, sin embargo, ese inquietante señor Tuttle (así lo nombra ella: él no comunica nada coherente sobre sí mismo) no parece ni fantasmal ni imaginario: no se sostiene como un espectro del más allá que comunica a Lauren con su difunto marido; ni es un producto creado por su imaginación consciente. La aparición de ese extraño hombrecillo parece entrar en el plano de lo simbólico, es ajena a cualquier voluntad de verosimilitud. Contiene elementos de realidad y de producción mental (más próximo a la esquizofrenia que a la ficción, o acaso como un desdoblamiento de Lauren), y DeLillo sabe jugar con esa ambigüedad y crear la inquietud necesaria en el lector.

El centro de la novela, sin embargo, es Lauren: su experiencia en la casa, pero también su trabajo del cuerpo para crear arte en acción, performance. Y lo que crea esa “artista del cuerpo que se esfuerza por desembarazarse del cuerpo” (en un fragmento narrado como crónica periodística) es la metamorfosis en diferentes seres (seres que son trasunto de otros: de Rey, de la anciana japonesa con la que se cruza en el pueblo, del propio señor Tuttle), mientras un vídeo muestra una carretera de Kotka, Finlandia, a partir de las imágenes recogidas por una webcam que ella suele ver de madrugada en internet: dos carriles, algún coche que cruza la noche helada, nada más: la fugacidad y el tiempo muerto entre dos coches (acontecimientos, seres), la duración de toda la obra, ¿de toda la vida?



Los temas principales de esta novela son la identidad (metamorfosis, sustitución-repetición) y el tiempo, pero su tratamiento es oblicuo: no la acción del tiempo sobre el cuerpo (transcurso de la vida, decrepitud), sino del cuerpo sobre el tiempo: arte. Como indica la crónica de su amiga Mariella, a lo largo de su vida como artista, el cuerpo de Lauren, múltiple y cambiante, ha creado otros cuerpos, otras identidades, se ha transformado en otras y otros (incluso en un hombre embarazado). Sólo al final, en el acto de abrir la ventana al mar, de querer sentir el aire, está la inversión: el deseo o necesidad de sentir el paso del tiempo en su cuerpo, de ser consciente de su identidad.

Esta breve novela está cargada de sugerencias e ideas, proyecta y gira sobre imágenes poderosas, sobre un lenguaje roto que balbucea fragmentos de abismo. Una pieza maestra, tan intensa y genial como Punto omega, y puede que mejor.

2 comentarios:

  1. Justo ayer me lo recomendaron intensamente.

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  2. Es uno de esos pequeños libros que nunca se citan como "lo mejor de" un autor, pero a mí me gusta más que Ruido de fondo o Submundo. No creo en "lo mejor de" oficial.

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