Infidèles
Abdellah Taïa (1973)
Seuil, 2012, 188 p.
Podría ser tentadora la comparación de Abdellah Taïa con Mohamed Chukri, de quien también he escrito algo en este blog. No digo que no sea pertinente establecer nexos y puentes, siempre que no se caiga en la idea reduccionista de endosarle a Taïa, por haber llegado después y seguir vivo, la etiqueta de “nuevo Chukri”. Ambos son marroquíes y trasgresores, ambos atienden a la marginalidad y moldean su literatura a partir de los materiales que les proporciona su propia experiencia. Si en Chukri la crudeza y la pobreza son más evidentes, en Taïa cobra más fuerza la denuncia del régimen alauí, la desigualdad, la sumisión, el machismo y la homofobia. Sin embargo, en el segundo la biografía no pesa tanto, está al servicio de la ficción, y cada vez más. Es la materia prima a partir de la cual novelar. No se trata de decantarse por uno u otro, pero creo que ese es uno de los varios aspectos que diferencian a dos autores que vale la pena leer. Pero aquí voy a hablar de Abdellah Taïa. (Nota: Aunque en las traducciones al español se escribe Abdelá Taia, prefiero respetar la forma en que él firma sus obras en la lengua en que las escribe, el francés.)
Afincado en París desde 1999, Abdellah Taïa salió del anonimato al ser el primer personaje público marroquí en reconocer su homosexualidad, en la revista Tel Quel en 2006. Escritor en lengua francesa (mientras que Chukri escribió siempre en árabe, y con frecuencia en dialectal marroquí), de su obra destacan Mon Maroc (2000) (traducido por Lydia Vázquez Jiménez para Cabaret Voltaire), L’armée du salut (2006), Une mélancolie arabe (2008) o Le jour du roi (2010) (las tres traducidas por Gerardo Markuleta para la editorial Alberdania).
Con Abdellah Taïa me ocurre algo no poco frecuente: que me interesa mucho lo que cuenta, su mundo íntimo, su visión de Marruecos, aunque no siempre me convence la forma en que lo hace. Hay un despojo del lenguaje, una tendencia a la máxima simplicidad, la frase cortísima, el párrafo de pocas líneas o una sola, una desnudez explícita y reiterativa, un estilo inmutable que no siempre hace honor a lo narrado. Es un tono que podría recordar a Marguerite Duras si lograra tan a menudo la intensidad de las imágenes y sensaciones que creaba ella. Por supuesto que hay intensidad en el autor marroquí, pero no tanto por el uso del lenguaje (aunque a veces también), como, una vez más, por lo que se está narrando.
En sus últimas dos novelas, Taïa va despojándose de su propia biografía para crear ficciones en las que la experiencia está al servicio de personajes autónomos. En Le jour du roi (2010), Omar, adolescente pobre de Salé, narra cómo se siente traicionado cuando su mejor amigo, el rico Khalid, le oculta que ha sido el elegido para besar la mano de Hassan II en su visita a la ciudad. Entre la ensoñación y la rabia, Omar se dejará llevar por la envidia. La novela se asienta sobre el tema de la desigualdad entre pobres y ricos en Marruecos, y trata la sumisión, los celos y, particularmente, el poder divino, temible y omnímodo de Hassan II en sus años de plomo (está ambientada en 1987). Quizá su mayor logro sea el uso de la parodia para tratar el tema de la desigualdad bajo la monarquía sagrada marroquí, así como la denuncia de las desigualdades mediante la caracterización de los personajes de la criada Hadda (un retrato excelente de la servidumbre) y del contradictorio Khalid.
En la última hasta ahora, Infidèles (2012), Taïa introduce mayor complejidad estructural, puesto que se sirve de varios narradores. En ella está la vida de la prostituta Slima y su hijo Jallal, que descubren a Marilyn Monroe en River of No Return, la película de Otto Preminger, y la convierten en su diosa protectora. Madre e hijo simpatizan con un soldado anónimo, uno de tantos clientes, que tras su marcha a la guerra del Sáhara es borrado, acusado de traición. También Slima es acusada de traición, encarcelada y torturada sistemáticamente. Su vida queda rota para siempre y se refugia en una fe íntima, alejada de los dogmas del islam. También el islam acaba siendo el último refugio al que es arrastrado Jallal, en su caso por amor a un islamista manipulador. Por la novela transitan personajes tan memorables como, además de Slima y Jallal, el islamista Mathis-Mahmoud, o la vieja celestina Saâdia:
“Le monde m’a toujours donné une autre image de moi-même. Je suis perverse. La vieille perverse dont tout le monde a besoin. Un peu sorcière. Un peu médecin. Un peu pute. La spécialiste du sexe.” (28)
La visión que ofrece Taïa de la historia marroquí, además de ir a contracorriente de la versión oficial, tiene una aparente frescura que apenas logra esconder su ácida crítica. Como, por ejemplo, el tema tabú del Sáhara:
“C’était le milieu des années 80.
Le Maroc avait soudain besoin de plus de soldats. On les formait à Salé, à Kenitra, à Meknès, et on les expédiait au sud, dans le Sahara, défendre un désert soudain devenu un territoire national, une cause sacrée. Un tabou. Un mystère. Une fiction. De la science-fiction.” (60)
Con todo, el peso de Infidèles recae en Jallal, niño y adolescente, siempre inmaduro y soñador. Acaso todavía demasiado parecido al personaje que el autor ha creado de sí mismo:
“Quelque chose arrive. Je le vois. J’y suis.
J’avais changé de réalité, j’étais entré pour de vrai dans la fiction, j’avais traversé la frontière. Pris d’autres couleurs.
Le temps s’est arrêté.
J’étais dans le vrai.
Dans le chant.
Sur un arbre.” (75)
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