Los pichiciegos (1983)
Fogwill (Rodolfo) (1941-2010)
Periférica, 2010, 215 p.
Tantas veces, uno desearía no estar allí donde se nos obliga a estar, poder cavar un agujero donde escondernos y negar que eso que se nos impone es real. Cuánto más en una guerra, más aún en una en la que la derrota es segura. En la primera novela de Fogwill, escrita de forma simultánea a la guerra de las Malvinas, se muestra la vida y desventuras de una veintena de desertores argentinos que han cavado un refugio secreto, que llaman la Pichicera, en el que sobreviven mediante rapiñas y trapicheos con ambos bandos. Allí los pichis crean sus propias reglas, aunque son cuatro de los fundadores, los Reyes Magos, quienes organizan y adoptan las decisiones importantes. Ese agujero, sin embargo, no es un hueco capaz de aislarlos de la realidad: la sustituye sólo en parte, creando una nueva donde se pierde en lo material, y se engaña la libertad (no hay oficiales ni vida cuartelera, pero igualmente se constriñe el espacio de libertad con nuevas reglas y condicionantes, como el de no poder salir sino de noche).
La novela tiene varios puntos de interés, el principal a mi juicio es la forma en que se narra y se dosifica la información: primero no se sabe muy bien qué está ocurriendo, quiénes son esos hombres que pasan frío y sufren carencias de todo tipo, después vamos descubriendo el porqué de sus penurias y rutinas, su forma de ver la vida desde ahí abajo. Hay alternancia de un narrador en tercera persona, omnisciente, y Quiquito, un pichiciego que anota y graba. El diálogo es una de las formas más frecuentes de narrar esta historia, diálogos impregnados del habla argentina popular. Al fin y al cabo, los pichis no son sino jóvenes de provincias, adolescentes algunos, hijos de obreros arrastrados a la guerra por la dictadura argentina para defender las islas de la invasión británica.
Los pichiciegos es un retrato feroz de la guerra a través de una situación que roza el absurdo, y que no se asienta ni en el realismo político ni en un antimilitarismo manifiesto. Está más cerca del teatro del absurdo que de la novela social, y no extraña que se halla dramatizado varias veces: ahí pesa la fuerza de los diálogos y del escenario cerrado, los ruidos de la guerra afuera, tan cerca.
Cierro con un apunte personal. Aún no sé por qué siento tanta fascinación, en literatura pero también fuera de ella, por los lugares subterráneos, las galerías, toperas y pasadizos. En mi primera novela, Estragos, constituían un elemento fundamental: era lugar de conocimiento para Alicia y Ángel. No dejan de interesarme. Tiene que ver con la luz (como ausencia y promesa), pero también con la apariencia de aislamiento, que nunca se alcanza.
Me resultó deslumbrante la lectura de Los pichiciegos en su día, lo mismo que Help a él. No conocía sino de oídas a Fogwill pero es de esos autores argentinos, como Juan Filloy, sorprendentes. Está visto que la literatura tiene voces renovadoras; que cuando parece que todo se va al carajo por la uniformidad de los planteamientos, surge alguien (o relees a un clásico) que te proporciona el gusto de algo diferente. Y, en resumen, cuando alguien dictamina la muerte de la novela, aparece una docena de escritores que certifican que "los muertos que vos matais / gozan de buena salud". Chesi
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