lunes, 13 de febrero de 2012

El ciclista de Chernóbil, de Javier Sebastián

El ciclista de Chernóbil
Javier Sebastián (1962)
DVD, 2011, 233 p.

Esta es una novela de silencio (pero no sobre el silencio). El silencio impuesto por el poder (sobre lo ocurrido en Chernóbil); el silencio de los lugares evacuados tras el accidente; el silencio que queda cuando se cierra el libro, tras el eco de voces tan vivas allí donde no hay esperanza para la vida. Es una novela que plantea una narración con trama compleja y apasionante, pero también con una rara poesía. Y es también una ficción documental sobre la mayor catástrofe nuclear en Europa, y un libro de denuncia y memoria.

El ciclista de Chernóbil comienza con la alternancia de dos momentos narrativos: por un lado, un español acude a París a una convención de pesos y medidas, y narra cómo encuentra a un anciano enfermo, de quien acaba haciéndose cargo, y que no es otro que el físico nuclear Vasili Nesterenko, Vasia. Por otra parte está la historia previa del propio Vasia y otros personajes, repobladores de la ciudad ucraniana de Pripyat, que fue evacuada tras el accidente nuclear de Chernóbil. La narración se construye mediante una estructura que organiza sabiamente los saltos temporales y espaciales. La ficción se mezcla con la descripción de las posibles causas y las atroces consecuencias del accidente, mediante materiales en apariencia ajenos a la literatura, y sin embargo perfectamente imbricados en el relato: informes y documentos de la ONU y la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA), testimonios de quienes estuvieron presentes en ese momento o investigaron años después, etcétera. De este modo, ficción e historia reciente, imaginación e investigación se conjugan, aunque el peso cae sobre todo del lado de la ficción, al fin y al cabo se trata ante todo de una novela.

Vista aérea de la ciudad abandonada de Pripyat, Ucrania. Foto: WebUrbanist.

Javier Sebastián demuestra cómo no hace falta recurrir a la ciencia ficción, escribir una distopía del tipo Blade runner, o al modo de J. G. Ballard o Cormac McCarthy, que basta la ficción sobre hechos reales para narrar un mundo apocalíptico. Afortunadamente, no se queda en la narración de las sombras: la novela es también un encuentro de miradas y voces que por voluntad o inercia deciden rehacer sus vidas en una ciudad muerta. Ahí es donde encontramos las luces del libro, en ese puñado de personajes memorables que repuebla Pripyat al precio de exponerse a la radiación, desde el polifacético Vasia (audaz y desamparado, vitalista y agotado por la radiación y por la persecución a que es sometido por parte de las autoridades de su país por haber denunciado los errores que condujeron al accidente) hasta Laurenti Bajtiárov (que canta canciones de amor de Demis Roussos en un teatro vacío).

Como he mencionado, además de crear una ficción que seduce y cautiva, Javier Sebastián entra en el terreno de la información y la denuncia. Detrás de los datos y de la ambientación, del aire opresivo que se respira, se intuyen meses de trabajo documental, de entrevistas y viajes. Más allá de la efemérides de cualquier desastre nuclear (Hiroshima y Nagasaki, el propio Chernóbil, el más reciente Fukushima), esta novela (en la que se vuelve a relacionar el peligro nuclear con los movimientos sísmicos, entre otras causas posibles) nos devuelve el gusto por una literatura que no se aprovecha de los “hechos reales” para fabricar una ficción rentable sobre el apocalipsis, sino que parte de una lectura crítica de la realidad y de la humanidad para, desde la ficción, arrojar luz sobre ellas. Una realidad y una humanidad que ni esta ni ninguna otra novela podrán cambiar, pero sobre las que nos ayudará a reflexionar, al tiempo que se nos regala una buena ficción.
 
Guardería en Pripyat. Foto: Robert Polidori.

Acabo con un apunte más personal: A menudo, cuando leemos, las imágenes que construimos con el autor (las que el autor nos da en forma de palabras y nosotros completamos con la imaginación y la experiencia) son imágenes que tomamos prestadas; unas veces de otros libros, otras veces del cine, pero también de las artes plásticas y, por supuesto, de nuestra propia vida. Digo imágenes, aunque tal vez debería decir sensaciones de imágenes, algo por encima o por debajo de lo visual, pura química del cerebro. Una forma de la imaginación, al fin y al cabo. En mi caso, las asociaciones son casi siempre azarosas, de tono más que de tema o argumento.

Mientras leía esta excelente novela tenía la sensación de estar “viendo” una película doble: en parte un documental sobre Chernóbil (algo entre el ensayo y la narrativa non fiction), y en parte una película a partir de Chernóbil, y que podría haber filmado Tarkovski, incluso Angelopoulos. Se podría decir que el espacio vacío de la ciudad de Pripyat, fantasmal, abandonada, tiene algo de Pedro Páramo, o que los dos últimos fragmentos podrían pertenecer a una película de Kusturica (aunque sin la testosterona del serbio). Podrían encontrarse muchos otros vínculos (conscientes o no), pero, independientemente de que a Javier Sebastián le guste el cine de Tarkovski, al leer El ciclista de Chernóbil he recordado el tono y el pulso de Nostalgia (no recuerdo haber visto Stalker, que probablemente esté más cerca en cuanto a la temática). Asociaciones azarosas, seguramente.

Como posdata, aconsejo la visita a la página de El ciclista de Chernóbil y de Javier Sebastián. Quizá el mejor modo de hacer una inmersión previa o posterior a la lectura de esta novela que, además, acaba de recibir el premio Cálamo.

1 comentario:

  1. Interesante. También las conexiones de los últimos párrafos. Apuntado!

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