Nenhum olhar, 2000
José Luís Peixoto (1974)
Quetzal, 2011, 221 p.
La desolación de una aldea fuera del tiempo, en un lugar impreciso del Alentejo más próximo a Comala, Santa María o Yoknapatawpha que a Évora o Beja, toma forma a través de los monólogos interiores de algunos de sus habitantes y de la voz de un narrador en tercera persona. Con una prosa densa y cargada de sugerencias simbólicas, rítmica, asfixiante, José Luís Peixoto salía del anonimato con esta su segunda novela, Nenhum olhar (traducida al español por Bego Montorio, y publicada por El Aleph en 2009 con el título Nadie nos mira).
La historia se mueve en la frontera líquida de lo inverosímil, con cierta querencia del realismo mágico, y con ese aire de parábola, en este caso parábola turbia de la soledad y el abandono, de una condena común que conduce a los personajes hacia la tragedia y la inexistencia. No es, sin embargo, una parábola al modo de Saramago (puede haber otras semejanzas, pero no esa), puesto que aquí no hay una intención ética, no hay voluntad didáctica sobre la realidad. Los diferentes narradores, excepto el narrador en tercera persona (que no tiene más peso que los otros), son habitantes de esa aldea compuesta principalmente de dos espacios diferenciados: el monte de los olivos, donde está la casa de los señores y de sus caseros, y la propia aldea, donde viven otros personajes y donde está la venta de judas (escrita así, en minúsculas), a modo de bar de pueblo, en cuya barra el demonio, con boina entre los cuernos, convida a vino tinto y sonríe con malicia.
Ambientada en un pasado difuso, donde se encienden candiles y se lava a mano, los personajes parecen sujetos a un destino aciago. Un destino regido por nadie, en una parábola excéntrica de la tradición judeocristiana en la que predominan los nombres bíblicos. Allí la brutalidad (el gigante) vence sobre el amor (el de José y su mujer); la unión fraterna entre los siameses Moisés y Elías es mucho más intensa (pero más frágil) que el dedo que los mantiene unidos; la amistad es arrasada por los celos (Salomão y José hijo), y el amor de Rafael por la prostituta ciega culmina en una niña muerta antes de nacer que trae la muerte, la amputación y el suicidio. Llama la atención que los personajes femeninos carezcan de nombre, aunque narren, aunque posean la misma entidad y peso que los masculinos. Puede que haya una intencionalidad crítica sobre la condición de la mujer en el ámbito rural, aunque me parece que la novela tiene pocos vínculos con la realidad social. Cierta sátira sí se encuentra, no obstante, en el hecho de que el mismo demonio sea, por una parte, tentador e instigador de tragedias en la venta de judas, y, por otra, quien oficia todas las bodas en la aldea. Como si toda unión marital llevase la semilla de su propia disolución trágica.
El silencio y el abandono se llevan a todos (incluso al demonio), condenados a la muerte, a la desaparición, a la inexistencia. Uno se pregunta al final si ya estaban todos muertos, como en la novela de Rulfo, si todo era un fantasmal juego de voces con cuerpo, y junto a ellas esa voz sin cuerpo que, en la casa de los ricos, está encerrada dentro de un arca y habla, y dice cosas así:
Penso: talvez haja uma luz dentro dos homens, talvez uma claridade, talvez os homens não sejam feitos de escuridão, talvez as certezas sejam uma aragem dentro dos homens e talvez os homens sejam as certezas que possuem.
[Un último apunte escrupuloso: no conozco la traducción al español, aunque imagino que será buena. Supongo que por criterios editoriales se ha decidido alterar el título original, que sería “Ninguna mirada”, por el de Nadie nos mira (El Aleph, 2009). De hecho, esas son las palabras que cierran el libro en la edición original: “O mundo acabou. E não ficou nada. Nenhum sorriso. Nenhum pensamento. Nenhuma esperança. Nenhum consolo. Nenhum olhar.” (“El mundo acabó. Y no quedó nada. Ninguna sonrisa. Ningún pensamiento. Ninguna esperanza. Ningún consuelo. Ninguna mirada.”). Este país es el campeón mundial en modificar los títulos traducidos, sea en literatura o sea en cine, en función de unos pretendidos criterios comerciales opuestos al sentido común y a los criterios literarios (o cinematográficos), que son los que deberían contar, aunque “no suene tan bien” o “no tenga gancho”, lo cual es también muy cuestionable. En fin, escrúpulos míos.]
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