jueves, 16 de enero de 2014

esto puede estar llegando: la ilegalidad de un derecho (2)

© Paula Rego. Serie sin título (aborto), 1997-1999.

 
"mentir para tranquilizarme, decirme por ejemplo que en su juventud había sido enfermera, que había practicado abortos en una clínica, clandestina por supuesto, hasta que decidió establecerse por su cuenta, y yo asentía en silencio, sin mirarla; recuerdo que en ese momento pensé, quizá absurdamente, que si la miraba mucho no podría olvidar su cara, la expresión que tendría mientras me hiciera lo que tenía que hacerme; yo decía que sí a todo con la cabeza, había quedado desarmada por el llanto cuando me había reprendido por haber venido sola, aunque luego se había solucionado todo con un poco más de dinero: aunque no fuese lo habitual, iría a una casa de confianza, donde me cuidarían hasta que fuera necesario; eso sí: no más de una semana; y me pareció razonable, todo me parecía bien, no había nada que objetar a las condiciones, no había otro sitio adonde ir, asentía y evitaba mirarla, así que mientras clavaba mis ojos en los ojillos cristalinos del gato de porcelana o de plástico más próximo, mientras me dejaba hipnotizar por aquella presencia sin hálito, imaginaba que esa figurilla ridícula fundía el espacio de aquella habitación trasera, que bajo su influjo ilusorio todo perdía su apariencia hostil, que incluso la abortadeira, cuya cara cerosa ahora sé que no voy a olvidar en mucho tiempo, que tal vez no olvide jamás, incluso ella era una mano amiga: ¿no había aceptado atenderme a pesar de haber aparecido sin compañía?, ¿no me ofrecía una habitación en esa casa de rehabilitación en la Costa de Caparica?, ¿no me trataba con amabilidad, e incluso con atención afectuosa?, y aunque no llegaba a tanto el engaño, me obstinaba en verlo todo como no era, consciente de que se trataba de un subterfugio, de que esa mano no era amiga, ni enemiga, que era simplemente una mano fría como esa habitación, codiciosa y, así lo esperaba, hábil; hasta que sentí los dedos fríos sobre mi hombro, porque debía de haberme dicho algo que no oí, y lo repitió con aspereza: Que ya puede echarse en la cama con las piernas bien abiertas, y sin moverse, ¿me ha oído?, no se me mueva por nada del mundo"

Dos olas, Tropo editores, 2013, páginas 93-94.

No hay comentarios:

Publicar un comentario