jueves, 28 de marzo de 2013

Los adolescentes trogloditas, de Emmanuelle Pagano

Los adolescentes trogloditas, 2007
Emmanuelle Pagano (1969)
Lengua de trapo, 2011, 164 p.
Traducción de Tamara Gil Somoza

El tema de la identidad, de su mutabilidad y permeabilidad, me interesa desde hace tiempo, y no sólo desde lo literario. Aquí se trata una de sus variantes más sugerentes, pero también más vitales: la identidad de género y la transexualidad. Hay que saber abordar un tema así desde la literatura para no convertir el relato en una retahíla de sensiblerías, o en una inmersión en lo sórdido, o en un mero traspaso a la ficción de las teorías de Judith Butler. Afortunadamente, Emmanuelle Pagano no hace nada de eso en esta breve novela. Porque sabe escribir, y sabe que el tema central no tiene por qué ser el tema único, ni siquiera el que más se desarrolla en el relato.

Adèle conduce un microbús escolar (alumnos de colegio y de instituto) en la Francia más desconocida, en el altiplano del departamento de l’Ardèche. Observa con atención y curiosidad a “sus chavales”, cómo se relacionan, sus gestos y actitudes. En su trabajo, se encuentra con la dificultad de la carretera de alta montaña en inviernos duros, de intensas ventiscas. Las alusiones a esos adolescentes, sus historias, que ocupan la mayor parte de la narración, son en gran medida una suerte de pretexto, una escaramuza. Porque Adèle, que es la narradora de estos seis días dispersos que van del inicio de curso en septiembre hasta febrero, también habla de sí misma. Habla del tiempo en que vivió en esa misma comarca, cuando era niño, hermano mayor. Habla de su regreso como mujer, diez años después de haberse marchado. Habla de su hermano menor, que no acepta esa mudanza de cuerpo y nombre. Habla de un cazador, que la ama, pero que no sabe. Hacia el final, el mal tiempo, las horas compartidas con los adolescentes en una cueva, las líneas difusas hacia lo que podrá ocurrir o no en su vida.

Lo que hace que Los adolescentes trogloditas sea una novela inteligente es su capacidad para sugerir, su decidida negativa a narrar grandes acciones, pasiones o desgarros. Como en muchas buenas novelas, todo lo que no se dice es también la novela. Con un lenguaje desnudo, despojado, Pagano nos da pistas, narra algunos días de una mujer nacida hombre, huellas de una soledad en ese lugar aislado. Llama la atención la intensidad de algunas descripciones, la naturaleza carnal y abrupta de la montaña. Y, todo el tiempo, la compañía diaria de esos adolescentes que sabe retratar con ternura, esos niños y niñas en viaje a una identidad (de género y de tantas otras cosas) que todavía está por definirse. Sin más.

miércoles, 20 de marzo de 2013

conciencia


¿Podemos, después de todo, dormir tranquilos, nosotros que dormimos en un lugar seguro y cálido?, dijo ella. / Podemos crearnos esa ficción. / ¿La de que dormimos en un lugar seguro y cálido? / Me refiero, dijo él, a la ficción de que podemos dormir tranquilos, incluso a la ficción de que podemos dormir. / ¿Y ellos? / Ellos ya no tienen conciencia, sólo apetito.

miércoles, 13 de marzo de 2013

ni una palabra para decir

Foto: © Michael Ackerman

ce rien qui advenait
à l’instant où tu disparaissais
ce rien qui advenait
à l’instant où je regardais où
tu ne regardais pas
à l’instant où je regardais où
tu n’etais plus
où je n’etais pas
ce rien qui advenait
à l’instant

pas même une parole
pour dire ce rien

Amina Saïd, L'absence l'inachevé, Paris, Éditions de la Différence, 2009.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cuatro por cuatro, de Sara Mesa

Cuatro por cuatro
Sara Mesa (1976)
Anagrama, 2012, 272 p.

Está ese internado, el Wybrany College, y está el ulular del cárabo en el frío de la noche, y luego todo lo demás, que yo no voy a contar aquí. Están los de abajo y los de arriba, profesores, empleados, los y las adolescentes, separados bajo un mismo techo. Uno comienza a leer y encuentra un deseo de huir, entramos en el internado y alguien ya se quiere fugar, pero es en vano, y además lo que el lector quiere es adentrarse, conocer, asumiendo todos los riesgos que conlleva el conocimiento. Quedamos atrapados en el colich (como se denomina al internado a lo largo de la novela) igual que los personajes, dejándonos llevar por lo que vamos sabiendo, por lo que se nos cuenta y lo que se calla. Y lo que vamos sabiendo no lo narra una voz totalizadora: son puntos de vista incompletos, como secuencias breves primero; luego el diario de un profesor suplente, y por fin los escritos fragmentarios de otro profesor. Tal vez por eso quedamos atrapados, porque la autora nos obliga a contrastar miradas y hacer conjeturas.

Así es. Por descontado que lo que se narra tiene la fascinación de lo inquietante, pero el mayor logro de Cuatro por cuatro está en la estructura. Las tres partes son muy diferentes entre sí, y sin embargo unidas por un vínculo que se hace evidente poco a poco. En la médula está ese diario de un “mal escritor” que nos sumerge en lo que apenas se dejaba entrever en las primeras páginas, todo un mundo de relaciones viciadas por el poder y la sumisión. Hay una gran elipsis entre la primera y la segunda parte (unos tres años), y luego están otros huecos: dosificación, vacíos, todo lo que falta y que dice tanto como lo que está.

El Wybrany College puede ser aquí y ahora, es cada realidad que oponemos a lo exterior y amenazante, creando un nuevo círculo donde los monstruos están dentro, con relaciones de poder manifiestas u ocultas, con silencios, manipulaciones, falsedades. En ese internado de élite, donde los hijos de las clases dominantes comparten aula con becarios que son hijos de los empleados del centro, donde el fuerte humilla al débil que se hará fuerte para a su vez humillar a otros, el poder alcanza tal refinamiento que no se hace necesario recurrir a la represión directa, sino a formas más sutiles y eficaces de sometimiento. Así lo explica hacia el final una antigua alumna:

“–No. En el colich no nos castigaban nunca. Sólo nos daban discursos, nos modificaban las normas si incumplíamos algo. Lo que había valido hasta entonces, de pronto dejaba de valer; ésa era la táctica. En el fondo era peor. Yo hubiese preferido un castigo.”

El verdadero poder no precisa de la fuerza represora para imponerse cuando domina el arte de la manipulación y sabe crear una realidad que se construye como única posible. Eso, en apariencia tan evidente, es lo que tenemos desde hace tiempo en esta cosa que llaman democracia. Pero me salgo, me salgo (¿me salgo?).

Vuelvo, para ir acabando: Después de El trepanador de cerebros (Tropo Editores, 2010) y Un incendio invisible (Premio Málaga de Novela 2011), a los que se suman otros dos libros de relatos y un poemario, con ésta, su tercera novela, Sara Mesa ha sido finalista al Premio Herralde de 2012. Mucho más que una digna finalista junto a la premiada Karnaval, de Juan Francisco Ferré, Cuatro por cuatro es una novela que (sin pretenderlo, claro está) sirve de contrapunto a la exuberancia paródica de la de Ferré, y que tiene con ella muchos más puntos en común de los que pudiera parecer a simple vista. No voy a compararlas ni a sugerir elección (nada obliga a ello, mejor gozar con la lectura de ambas), son literaturas muy diferentes, pero en las dos se afronta con gran talento el tema del poder y sus abusos. En la novela de Sara Mesa, además, se arranca al lector el estremecimiento: cerrado el libro, todavía se escucha en el frío de la noche el ulular del cárabo.

Cárabo. Foto: Andrés M. Domínguez

jueves, 7 de marzo de 2013