miércoles, 24 de septiembre de 2014

puente


Un largo silencio a veces es necesario antes de volver a tocar. Pero antes de hacerlo frente a un público dispuesto a la escucha, buscar un puente, un Williamsburg Bridge metafórico, y tratar de encontrar ese sonido que sólo puede ser tuyo.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera

La fête de l’insignifiance, 2013
Milan Kundera (1929)
Gallimard (NFR), 2014, 144 p.

Qué extraña sensación me ha dejado esta lectura, mezcla de decepción y alegría. Milan Kundera, a quien leí con admiración hace años, se ha convertido en una de esas referencias que uno rara vez revisita, pero que difícilmente olvida por el placer que proporcionaron sus lecturas. Esta, su última novela después de catorce años sin publicar ficción (y que publica en español Tusquets), está más emparentada con El libro de la risa y el olvido que con La insoportable levedad del ser o esa gran novela que es La inmortalidad. El humor, no sólo como recurso, sino como necesidad vital, está aquí presente, y, como a menudo en su obra, aparece confrontado con el pesimismo y con presencia de la muerte y la vejez. La conciencia de la proximidad del fin parece haber llevado a Kundera a buscar de nuevo la risa, el juego. Y en esta novela hay reflexión, hay anécdotas divertidas, voluntad de juego y de trasgresión.

El libro se lee de una sentada. Su principal finalidad parece evidente: valorar esa insignificancia que rodea nuestra existencia y que, como dice Ramon, constituye su misma esencia: “Elle est avec nous partout et toujours”. Y no basta con saber reconocerla: es preciso aprender a amarla, pues es la clave del buen humor, sin el cual la vida no tiene sentido. Podríamos añadir que el juego de Kundera consiste en hablar de esa insignificancia con una novela que en apariencia tiene voluntad de ser insignificante. No me lo parece. Desde luego, no lo es por las ideas, aunque sí es cierto que me ha sorprendido su escasa corporeidad, su exceso de levedad (soportable, con todo) en contraste con otras de sus novelas. Aquí está mi decepción: las ideas están apenas esbozadas, queda la sensación de cierta rapidez o pereza, algo que no sé describir. También los personajes merecerían haber sido desarrollados más a fondo, creo.

Cuando un autor llega a una edad y un reconocimiento semejantes al de Milan Kundera, las posibilidades de desarrollo de una obra prácticamente cerrada siguen siendo múltiples. Desde mantener sus preocupaciones, estilo y vigor literario, hasta romper la baraja y tratar de hacer algo completamente diferente (esto, reconozcámoslo, es casi insólito). También la de llevar el juego a su última expresión: divertirse, reírse y provocar la diversión en el lector, pero también reírse de uno mismo, de la supuesta importancia atribuida. Reconocer, en fin, la propia insignificancia.