Malina (1971)
Ingeborg Bachmann (1926-1973)
(Trad. de Juan J. del Solar)
Akal, 2003, 342 p.
La única novela de Ingeborg Bachmann es un texto deliberadamente ambiguo, complejo en tanto que abierto a diversas interpretaciones. Es la narración en primera persona de una escritora sin nombre en la Viena de los años sesenta que, aparentemente, vive un triángulo amoroso con dos hombres que no se relacionan entre sí: Malina e Iván. Eso es lo que vamos sabiendo según avanzamos en la lectura del primero de los tres capítulos que componen la novela. En el segundo capítulo aparece “el tercer hombre”, el padre de la narradora, figura omnipresente en sus sueños, devorador y tiránico. Esas tres figuras masculinas se sitúan en un terreno ambiguo entre el personaje novelesco y la proyección simbólica, en diversos grados. Iván, tal vez, es el que adquiere más corporeidad, es más físico, a pesar de que no es la pareja de la narradora, sino su amante, un hombre joven separado que tiene dos hijos pequeños. Malina, por su parte, resulta menos real, voz y voluntad sin cuerpo. A veces llega a parecer una proyección de la propia narradora, una proyección que no muestra una figura contra el muro, sino que es en sí misma un muro proyectado.
Las formas de narrar de que se sirve la voz principal son divesas y favorecen también esa ambigüedad: narración en tiempo presente sobre la vida cotidiana y su relación con Iván y Malina; diálogo telefónico en la que sólo oímos (leemos) la voz de ella; cartas inconclusas o nunca enviadas; un cuento fantástico; una (¿falsa?) entrevista; diálogo teatral; narración onírica; diálogo operístico (con acotaciones musicales), etc.
¿Qué ocurre en la novela? Una destrucción: la de la propia narradora. Pero, ¿puede ser leída sólo en clave feminista? ¿Se reduce a una destrucción de la identidad de la mujer –o de lo femenino– por su relación con los hombres de su vida? Yo, desde luego, no estoy capacitado para dar respuestas. Sólo puedo arriesgar impresiones y tratar de formular nuevas preguntas. En mi opinión, la lectura feminista es pertinente, pero la ambigüedad del texto y su capacidad de generar sentidos favorecen también otras interpretaciones. Y éstas no tienen por qué entrar en contradicción con la feminista, sino que se suman a ella. Las relaciones de la narradora con Malina, con Iván y con su propio padre son muy diferentes y complejas. Por supuesto, contradictorias. Del deseo al rechazo, de la opresión a la complicidad. ¿No podría ser narrada –con las modificaciones obvias– desde el punto de vista de un hombre? Evito deliberadamente el término masculino. Tampoco tengo una respuesta para eso. Creo, claro, que se puede escribir un texto sobre la aniquilación de la identidad por el roce con los otros (o las otras) sin que el género sea lo que (aparentemente) pese más.
Pero está la grieta en la pared. Como aquel tokonoma que decía Lezama Lima en uno de sus últimos poemas, aquí es otra cosa. ¿Es otra cosa? Lugar para la desaparición, allí donde la mujer narradora se contrae y desaparece, o, mejor dicho, allí donde la hacen desaparecer. Sí: es una mujer. Y yo, mientras leía el libro (y ahora que lo pienso), también lo era.