Esta tarde de marzo, esa luz un poco enferma. De paso por la piazza di San Cosimato camino a casa un hombre hacía pompas de jabón gigantes. Alma y Mario, junto a otros niños de la plaza, saltaban para hacerlas estallar. Las enormes burbujas avanzaban a un ritmo lentísimo, movidas por un aria de ópera algo distorsionada que emitía un altavoz junto al barreño del agua jabonosa. Tan lentas, hacia lo alto, las pompas gigantes cambiaban de forma y dirección, negando toda semejanza consigo mismas, en la ebriedad de su mudanza. En su corto vuelo antes de la disolución, a su través he visto el mundo como realmente es.