Nunca antes había vivido tanto tiempo en los ojos de mis hijos. En
estos días ambos cumplen años, sus cuerpos siguen creciendo sin sol.
Aislados. Sus amigos ahora son rostros en una pantalla: esas voces de
eco metálico que celebran y muestran juegos en los que no existe
tocarse. Afuera no puede ser primavera: no están ellos para darle
sentido, no estamos. Tampoco el estremecimiento deja huella en la piel, y
sin embargo.
Ventana al atardecer. Afuera, la danza lenta de los
vilanos, el tiempo suspendido: los algodones de los álamos tienen su
propia música, y no saben. Abajo se oye un estallido en la calle sin
tráfico, alguien ha arrojado el vidrio. Es un anciano, permanece inmóvil
junto a los contenedores y mira sus manos con guantes azules, como si
también fuesen de cristal. Una mujer pasa deprisa junto a esa figura
quieta, embozada. Embozados. Las manos, la boca. Es mentira que los días
sean iguales: el desorden crece, sí, y la desidia, pero aun así
proyectamos, fijamos la mirada en algún lugar, creamos nuevas rutinas.
Sabemos, además, que estamos creando memoria. Y eso también nos salva.
Voy tropezando con piezas de madera y coches de
juguete dispersos, en todos los rincones de la casa hay momentos de
algún juego que nadie ha recogido. Laberintos, efectos dominó, hilos de
colores que hemos tensado y evitado como si tocarlos fuese muerte
segura. Algunos objetos se pierden, y descubrimos en los lugares más
improbables otros que creíamos perdidos hace tiempo. Esta mañana,
mientras mi hija hacía grullas de origami, mi hijo me ha traído una
brújula. No recuerdo haberla llevado nunca a nuestras excursiones: el
sendero siempre ha estado marcado. ¿Lo estará siempre? Sabemos que
saldremos de nuevo a caminar, pero ignoramos cuándo y cómo. Mientras
tanto, el Norte son nuestros tres dormitorios, el salón es el Sur, y en
la periferia están los balcones desde los que nos asomamos a mirar y a
batir palmas. Es ahora, en estos días, cuando más sentido tiene la
brújula, porque sus flechas apuntan, señalan. Allá, al otro lado. Hacia.
(20 de abril de 2020, durante el confinamiento. Publicado en el nº 2 de El rizo robado)