Dientes blancos, 2000
Zadie Smith (1975)
Salamandra, 2001, 525 p.
Traducción de Ana María de la Fuente
Esta es la primera novela que leo de Zadie Smith, y la primera que publicó la autora, con apenas veinticuatro años. Hija de padre inglés y madre jamaicana, Zadie Smith sabe lo que es vivir en un barrio multicultural de Londres, y se percibe en estas páginas. Supone ya un mérito en sí mismo que una joven que aún no había alcanzado el cuarto de siglo realizara una proeza narrativa del alcance de Dientes blancos, libro que trajo ya el reconocimiento a Zadie Smith. Pero el propio libro, al margen de la edad de la autora, es ya sobresaliente por muchos factores. Quizá lo más interesante en el plano temático es su visión del multiculturalismo, despojado de toda idealización, pero capaz de valorizar también la riqueza y complejidad de los mundos que conviven y que crean nuevas realidades todavía poco conocidas por muchos lectores. Lo sorprendente y valioso, además, es que se lleve a cabo desde una óptica claramente humorística, libre, ajena a toda solemnidad o dramatismo, sin caer por ello en la frivolidad. Da gusto comprobar cómo a los veintipocos años esta escritora, inteligencia aparte, estaba ya dotada de una madurez creadora que ya quisieran algunos novelistas cincuentones sobrevalorados por el mercado y por cierta crítica mainstream.
En Dientes blancos coinciden dos generaciones de familias con ascendencia bengalí (y musulmana), jamaicana e inglesa. Por tanto, se desarrollan con brillantez también temas como el conflicto generacional de las familias inmigrantes, los modos de vida, las creencias religiosas y el ateísmo, el viejo dilema entre integración o vuelta a las raíces, etc. Aquí se expresa en la relación de Samad Iqbal con su amigo Archie Jones o su mujer Alsana, en la de Archie con la jamaicana Clara (y en la de Clara con su madre, Hortense, fanática testigo de Jehová). Frente a ellos (sí, frente) está la generación siguiente, Irie (hija de Archie y Clara) y los gemelos Magid y Millat Iqbal. Estos últimos adoptarán dos opciones opuestas: la asimilación total y el integrismo islámico más radical. Una opción que tiene que ver más con la apariencia y la actitud, con la toma de postura frente a la realidad, que con una creencia real. No lo es desde luego en Millat, cuya trayectoria previa como “duro” de barrio no termina de diluirse del todo en el fanatismo de los GEVNI, el grupo fundamentalista en que se integra.
Algunos personajes (principalmente Samad Iqbal), así como otros aspectos de la novela, me han recordado a la película Oriente es oriente –Damien O’Donell, 1999–, donde, salvando las distancias, se conjuga igualmente el tema del multiculturalismo y el conflicto entre generaciones de inmigrantes, y se hace también desde el humor. Digo salvando las distancias, que son muchas. Y no sólo por las propias entre el lenguaje audiovisual y el del texto literario. Lo que hace Zadie Smith sólo puede hacerse en una novela, que lo permite todo. La trama se ramifica y contiene saltos temporales, historias insertadas, multitud de acontecimientos, etc., que se suceden de forma hábil y que mantienen el interés sin altibajos. Con todo, Dientes blancos no es sólo sumamente rica en situaciones y temas, en conflictos dramáticos que pueden (si se sabe hacer) ser magistralmente tratados desde lo humorístico y lo paródico. Lo es también en ideas: novela filosófica y ética en muchos sentidos, sin por ello caer en el recurrido y recurrente flujo de referencias culturetas, y alejada igualmente de moralismos y, como decía al principio, idealizaciones, sin rehuir el conflicto consustancial a toda relación humana, mayor aún cuando la aumenta la diversidad (y complejidad) cultural.
Una novela excelente, por tanto, de fácil lectura (lo cual es un mérito siempre que el peso recaiga en las ideas, en las emociones o en una acción hábil), crítica, y muy divertida. Quince años después de su publicación, sigue siendo perfectamente representativa de ámbitos de nuestro tiempo y de nuestras sociedades. Un mundo –guste o no, multicultural– a menudo ignorado (cuando no menospreciado o manipulado) no sólo por la literatura más comercial, sino también por cierta literatura pretendidamente posmoderna.