viernes, 5 de abril de 2013

Democracia, de Pablo Gutiérrez

Democracia
Pablo Gutiérrez (1978)
Seix Barral, 2012, 234 p.

Está claro que el nuevo estado de cosas (llámese como se quiera, a mí la palabra crisis me parece demasiado coyuntural para definir algo que ha venido para quedarse) tenía que verse reflejado de alguna manera en la narrativa literaria. Por suerte, no se manifiestan “de cualquier manera”, sino con exigencia y rigor literario. Así, empiezan a publicarse algunas novelas que tienen como centro las consecuencias de todas las quiebras (económicas, políticas y sociales) que nos abruman. No se trata de una categoría genérica, ni creo que deba promocionarse como tal, pero no deja de ser un trabajo literario a partir de la realidad de nuestros días, con puntos en común. Es posible que, de seguir escribiéndose novelas sobre este tema, acabe por consolidarse un nuevo subgénero, como las novelas sobre la guerra civil, hasta que Isaac Rosa llegue y publique Otra maldita novela sobre la crisis (ya estoy deseando leerla) sin que por ello pretenda liquidar nada. Democracia, de Pablo Gutiérrez, es un buen ejemplo de esto. No crearé una etiqueta en el blog sobre “novelas de la crisis”, al margen de que lea otras que pudieran etiquetarse así. No me gusta meter a gente diversa en el mismo saco, manías mías.

En Democracia, todo comienza en septiembre de 2008, con el derrumbe de Lehman Brothers y el despido de Marco, el protagonista de la novela, un delineante especialmente dotado para el dibujo. De manera progresiva, Marco inicia un proceso de depresión y decadencia, primero desde su azotea contemplativa, después a través de la adicción televisiva, hasta que por fin sale a la calle y comienza a llenar las paredes de grafitis con versos y dibujos. El hilo narrativo se multiplica, sin embargo, y muestra otras caras de la realidad: entre otras, la del pijo Talo, director general que despide a Marco; Cloe y Julia, madre y mujer de Marco, respectivamente; una presentadora de televisión, una congresista norteamericana y, sobre todo, George Soros. Sí, ese Soros: el especulador multimillonario que juega a ser filántropo. Soros, que podría ser la antítesis de Marco, aunque pueda llegar a parecer su inspirador.

La forma en que Pablo Gutiérrez narra parece buscar un desapego ante cualquier compasión o solidaridad con los personajes. Desde el principio, y con mayor énfasis hacia el final, se recurre al tono mordaz y paródico. Eso, que no tiene por qué ser bueno ni malo, en mi experiencia obliga a tomar distancia, una distancia que puede ser reflexiva o no, según cómo se desarrolle (según tantas cosas, en realidad, empezando por el estado de ánimo del lector). Los personajes parecen estar ahí como un medio para algo. Ese algo es una ficción que rompe con maniqueísmos y nos instala ante un mundo donde las víctimas del sistema pueden ser sujetos cómplices o, cuando menos, pasivos. Donde algunos elementos de la resistencia caen en una dialéctica antisistema autodestructiva y estéril. No faltan ideas certeras, momentos brillantes, delirantes, desternillantes, además de puntos de vista que, en general, comparto.

Mi problema con esta novela no estriba en que los personajes sean poco creíbles, lo que puede ocurrir desde cierto realismo crítico, o desde la parábola, la novela del absurdo, etcétera. Tampoco tengo nada que objetar a la profusión de referencias, que van desde Karl Popper, Confucio, Maiakovski o Marvin Harris a versos de Rubén Darío o Lorca, pasando por canciones de Silvio Rodríguez y alusiones a Star Wars o a El Señor de los anillos, videojuegos o dibujos animados. Eso, según el lector, puede resultar tedioso o enriquecedor, indicador de algo, supongo. No. Lo que me ha ocurrido es que la distancia afectiva a que me empuja el autor no ha derivado en la proximidad cómplice que a menudo provocan las narraciones paródicas. Puede que el problema sea mío, que yo no haya entendido ese juego que empieza siendo ácido y que se va perdiendo en callejones cada vez más inverosímiles y dispersos. Me quedo con lo que me ha gustado, partes sueltas, buenos momentos de un conjunto que se me escapa.

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