miércoles, 5 de octubre de 2011
truncado
Y aquel domingo bajamos hasta el canal de la fábrica de papel, buscamos entre la maraña de juncos como quien abre mechones de greñas adheridos al rostro deseado. Era allí, estábamos seguros, en algún recodo de aquel sucio brazo de agua tenía que aparecer. Pasos en falso arriba y abajo, arañazos, tropezones, pistas engañosas; hasta que Abe resbaló y, abrazando unas cañas para no caer al agua, abrió una ventana en la espesura. Soledad mohosa, con mil hendiduras y cicatrices, la vieja góndola seguía varada en la orilla del canal, como hacía un año. Celso y yo sabíamos que en su fondo, bajo el banco de popa, palpitaba aún la caja.
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